EL PROPÓSITO COMO INTENCIÓN
Las listas de propósitos nunca me han funcionado. Las inicie el 1 de enero o el 25 de mayo. NO VAN, o no sé a ti. En cambio los propósitos sí. Ellos siempre me dan buen ‘resultado’.
La cosa es que PROPÓSITO tiene dos acepciones y haciéndola corta, una se refiere a ‘objetivos’ y la otra a ‘intenciones’, de ahí que las listas no, pero LA intención sí.
Mi intención principal de este año es SEGUIR FALLANDO, tal que así.
Equivocarme, darme cuenta y proseguir. Eso sí, aprendizaje mediante.
Y no es que sea masoca o me guste sufrir, es que hace un tiempo descubrí que cuando reconoces tus miedos y los conviertes en el objetivo a batir, los transformas en intenciones y funcionan como el motor que te empuja a vivir.
Suena extraño, lo sé.
A mí también me lo parecía, solo que al cuestionar la narrativa existente, (esa que te dice ‘querida, ni lo intentes’) comencé a ver que una muy buena manera de crecer personalmente era lanzarse de cabeza a la Vida, y dejarse sorprender. Tanto para ‘mal’, como para ‘bien’.
Porque sí, cuando una vive -inevitablemente- falla, se equivoca, y la caga (para que mentir) pero es que cuando se vive INTENCIONALMENTE, además, se aprende.
La intención nos invita a poner el miedo a un lado, sin esconderlo pero sin mirarlo demasiado y a INTENTARLO, porque es ahí -es entonces- cuando te das cuenta que solo fallamos cuando ni tan siquiera lo probamos.
Al final, y esto es muy loco, el verdadero enemigo del éxito no es el fracaso, sino lo cómodo. Y es más, ni tan siquiera es el fracaso lo que lamentamos, sino el no haber tomado acción, no habernos atrevido a dar el paso y haber sido infieles a nuestra intención.
Querida, no te conformes con la típica y tópica lista de propósitos (tan ideal como irreal, tan ejemplar como frustrante) apuesta mejor por algo más gratificante: sembrar semillas de intención, por todas partes…