La gente (te) miente
Sí, ya sé. Cuesta aceptarlo y de entrada tu mente te dirá que ‘joder-no-qué-va’. Así somos los humanos. O mejor dicho, así hemos sido ‘educados’. Pero no es cierto, aunque tengamos la bendita tendencia a creer que sí, que es algo personal para/con/contra nosotros. Nos han enseñado que cuando alguien NOS miente, es que nos está traicionando. Nos está faltando a la confianza que nosotros le hemos brindado. (y eso a nuestro ego le duele una barbaridad)
Lo curioso -y esto es algo de lo que no nos damos cuenta- es que esa mentira no tiene que ver con nosotros sino sobre cómo esa persona se siente consigo misma en realidad.
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Las mentiras (y esto lo sé por experiencia propia) brotan del miedo.
Miedo a cómo la otra persona vaya a reaccionar. Miedo a exponernos -y a ser vistxs, juzgadxs, criticadxs o loquesea que nos pueda hacer mal- Miedo, al fin y al cabo, a dejar de ser amadxs (= aceptadxs) por esa persona, grupo, o quien sea en particular
Mentir no es algo innato, nadie nace ni con un pan ni con una mentira bajo el brazo. Eso no es verdad. Mentir es algo que aprendemos de niños y nos llevamos, como otro sinfín de patrones, a la edad adulta, pasando previamente por la pubertad.
Mentimos para protegernos. Como si nos pusiéramos una coraza de seguridad.
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Creemos que estamos mintiéndoles a los otros pero en realidad, si activas tu conciencia y te observas bien de cerca con humildad y honestidad, verás que mientes con más frecuencia de la que puedes llegar a imaginar. Ni que sean mentirijillas para acallar bocas, para no dar explicaciones de más, para no enfrentarte a determinadas situaciones, para no reconocer ciertas emociones y sobre todo, para que todo esto no ocurra ante los ojos de los demás.
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Mentir es un acto de auto preservación. De falta de seguridad en nosotras mismas. De falta de autenticidad. Y esto se revierte -de a poquito- con una buena dosis de autoconocimiento, autoestima y honestidad.
La gente no TE miente, se miente a sí misma. Nada menos y nada más.