Sí, ya sabemos lo duro, jodido y difícil que ha sido este año, pero -por favor- hablemos hoy de confianza, responsabilidad, y optimismo. Y esto no va de tópicos y típicos sino de disruptores de realidad y de no caer en ‘más de lo mismo’.

Verás, la realidad distópica creada por los medios y gobiernos nos quiere hacer creer (y mucha gente así lo hace) que, en resumidas cuentas, el mundo se va al traste.

Pero no es verdad.

Es cierto que este 2020 ha sido doloroso en múltiples aspectos (pérdidas, duelos, incertidumbre, confinamiento…) y también lo es que la sociedad está herida y no cicatrizada, pero ante este escenario solo hay dos opciones: o la queja o la confianza, y si algo hemos aprendido este año es que lamerse las heridas no sirve de nada.

Sin embargo, confiar suena tan bonito como complejo. Todes lo anhelamos, pero la mayoría no tenemos ni idea de por dónde empezar. Cierto?

Lo que yo aprendí, por si te sirve a ti, es que no confiamos porque tememos. Tememos lo desconocido y no hay nada que dé más miedo que un escenario de incertidumbre total.

Desgraciadamente, las élites ni calman, ni ayudan sino que refuerzan su escenario ideal: personas desconfiadas y perdidas en su propósito vital.

Y quizás sea ahí donde está el aprendizaje en potencia, en darse cuenta que lo externo es voluble, volátil y no se puede controlar. Por eso necesitamos confiar. Porque la confianza contrarresta, equilibra y nos permite avanzar.

Lo curioso es que la confianza no es externa, no está afuera y no se puede comprar, solo se puede cultivar -internamente- con autoconocimiento y con responsabilidad.

Y es ahí, en el proceso de ir descubriendo cómo funciona tu cerebro (y sus pensamientos) tus emociones (y tus creencias) y tu organismo en general, que te vas dando cuenta de que la fuente de TU confianza y el agente en quien poderla depositar son, literalmente y sin tener que ir más lejos, tu propia esencia y tu propio potencial.

Así es como el miedo, da paso -poquito a poco- a una confianza real.

v o i l à.