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Hay que acabar con la tristeza

Los seres humanos tenemos la curiosa costumbre de analizar, clasificar y etiquetar absolutamente todo lo que se da en el planeta Tierra. Cualquier cosa es susceptible de este fenómeno cultural. También las emociones.
Tenemos la -neutra- manía de clasificarlas entre malas y buenas, y esto nos lleva al extremo de que de las negativas, de las feas, no queremos saber nada de ellas.
Pero se dan. Contínuamente. Sobre todo las menos buenas.
Es más, si te fijas por un instante, verás que la mayoría de las personas vibra en una frecuencia emocional muy baja, y eso es debido a que viven instaladas en emociones de baja frecuencia.
Supongo que por eso les llamamos ‘negativas’. A ambas.
Sin embargo ahí están, forman parte de la Vida y querer eliminarlas es menospreciar esa Vida, como si Ella, al crearlas, hubiera cometido un error fatal.
No es así. Y es muy curioso ver cómo malgastamos toneladas ingentes de energía en tapar algo que no se puede tapar, en querer cambiar (infructuosamente) una situación -la que sea- por el simple hecho de que no encaja con nuestra imagen mental.
Este desencuentro se produce cuando las emociones que siento, no son las que me gustaría estar sintiendo.
Obviamente, esto no ocurre con la alegría, sino principalmente con la tristeza.
La tristeza está mal vista. Por eso NO nos importa vivir permanentemente rabiosos o iracundos, pero no nos permitimos ni por un segundo, estar tristes.
Yo no sé si la tristeza es mala o buena, sólo sé -porque así lo he visto en mí-, que la tristeza en sí misma no tiene poder A NO SER que uno se lo dé con sus propios pensamientos.

Cuando me siento triste, yo -sin darme cuenta- pongo toda mi atención en ella ya sea por comodidad, por costumbre o por inercia… No importa, la cosa es que me dejo caer en esa emoción, zambulléndome así, en la plena inconsciencia.
Desde ese lugar, es imposible actuar con diligencia. No hay claridad, no hay calma y por supuesto, no hay presencia. Lo único que existe es tooooda una actividad mental incesante donde el protagonismo se lo damos a nuestra mente, que genera un pensamiento tras otro creando una cadena que no nos deja PENSAR, sino que nos lleva cada vez a sentirnos más incómodo, más víctimas y más tristes.
Desde ese lugar no hay salvación posible así que hay que moverse y cambiar de lugar. Es decir, hay que hacer un movimiento interno y mirar la situación desde otra perspectiva, desde otro eje.
Muchas personas creen que ese lugar está fuera de ellas, así que buscan allí y más allá, al culpable de su tristeza (así como también al posible salvador, claro está). Estas personas responsabilizan y culpabilizan de sus emociones a quienes tienen más cerca sin darse cuenta, que quienes están sintiendo esas emociones son ellas, no los demás.
ESTO ES BRUTAL. Es muy bestia ver como cada uno de nosotros hacemos las mil piruetas para echar balones fuera, para darle una importancia extrema a la idea de tristeza y para a la vez, quitársela de cuajo a la persona que hay detrás y que es quien en verdad, la está sintiendo. Tú. Yo. Quien sea que la sienta.
¿Es muy loco verdad? Yo un día me di cuenta de esto y vi, en uno de #mismomentosahá que existe un lugar EN mí (no fuera) en el que soy yo quien elige vibrar en esa frecuencia.
Dicho de otra manera, cuando soy consciente de mí, puedo verme a mí misma en el momento en que decido, -de entre todas las posibilidades emocionales existentes- apostar por la tristeza. Obviamente es una decisión inconsciente porque si no lo fuera, no la elegiría a ella, pero este ‘verme a posteriori’ me da la pauta de que es la presencia lo que me permite estar alerta.
Al estar atenta puedo ser consciente del momento exacto en el que esa tristeza se genera y decidir, voluntariamente, no caer en ella.
Ahí se abre otra manera de hacer, de ver, de sentir… De entender que no hay que acabar con la tristeza, sino hacerse consciente de ella, asumirla (porque total, ya está ahí, no la puedes evitar) y comprender que al hacer este movimiento, ella sola se desintegra…

¿Y sabes lo más interesante? Que todas las emociones funcionan de la misma manera.
Con cariño,

Èlia

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