re-senti-miento
Fíjate si los seres humanos somos magnánimos que no solo Sentimos sino que también hemos aprendido a Re-sentir. Sí, es ironía señores.
La verdad es que somos unos resentidos.
Quizás no justo-en-este-momento-ahora pero me apuesto lo que quieras a que por ahí dentro, se esconde algún resentimiento.
Oímos el ruido de nuestras emociones pero no les hacemos ni caso. Hace años que las tenemos por ahí dentro perdidas, acumulando polvo, rencor y hartazgo. Acumulamos recuerdos y emociones que no quisimos sentir/vivir en su momento (o cuando se presentan de nuevo) porque creemos, inconscientemente, que no vamos a poder resistir o salir vivos de ellas.
Como si el ser humano fuera un mindundi cualquiera. Así es como nos valoramos, bajo el yugo del menosprecio. Sí, nos menospreciamos. A nosotros, a lo que nos sucede, a lo que la Vida nos da a diario. Nos enrabietamos y pataleamos frente a situaciones de vida que a pesar que están sucediendo, no queremos que sucedan. Sobre todo, cuando de conflictos hablamos.
Nos hemos olvidado cómo asimilar experiencias. No las vivimos sino que las guardamos y las recreamos en nuestro teatrillo mental en otro instante, ‘más adelante’.
Es algo muy loco porque de niños lo hacíamos de forma natural. Yo recuerdo enfadarme con mi hermano por tender la mesa, cada uno sentado en una punta (mi abuela mediando), tirarnos miradas de grrrrrrrr y sacar mi abuela la barra de helado mixta y cortar un pedazo para los dos y rejuntarnos mi hermano y yo, para comernos del mismo plato, él la nata y yo el turrón.
Y ya fue, listo… Se terminó el drama y eso nunca sucedió.
Vivíamos y asimilábamos la experiencia sin tan siquiera ‘pensar’ en ella. No había ni futuro ni pasado, solo presencia.
Por lo que he visto en mi, puedo decir que eso ocurre porque cuando somos niños, o los niños en general vamos, tienen menos modales aprendidos, están menos domesticados. Los adultos ya no sabemos hacer eso. Al contrario, atesoramos ofensas, guardamos como oro en paño ‘eso que me ha/o no dicho’, ‘eso que me ha/o no hecho’… Acumulamos rencor porque no hemos aprendido a comunicarnos, no sabemos relacionarnos sin llevar la máscara a cuestas.
Somos unos falsos. Esa es la semilla del resentimiento.
Preferimos parecer ‘personas educadas’ antes que ser Auténticas sin ver, que este proceder, esta manera de interrelacionarnos, nos hace comportarnos como los seres domesticados que somos, aunque no nos demos cuenta.
Vivimos el presente ensimismados y en nosotros no hay acto de presencia. Vivimos a caballo de dos líneas de pensamiento: la del futuro y la del pasado, ahí es donde habita el rencor, ahí es donde se genera el resentimiento.
Se trata de un espacio de inconsciencia, un lugar que la Vida aprovecha para mostrarte, cada vez que puede a través de distintas relaciones, situaciones y emociones, ese sentimiento que tienes por ahí guardado y que ya toca sacarlo fuera. Sin embargo, tú lo ves como una putada tras otra, como una seguidilla de puñaladas traperas, cuando en verdad no es más que la Vida dándote muchas oportunidades para que te des cuenta.
No te culpes, son los patrones de conducta que aprendimos en casa, en la calle, en la escuela. Si te fijas, es rara la vez en la que un adulto concede a un niño el poder de la libre expresión, es decir, de expresar honesta e incondicionadamente a la reacción de la respuesta, lo que éste siente o piensa.
Los adultos adulteramos a los niños bajo la excusa-paragüas de la ‘educación’ y de que ‘hay que educarlos’.
Les robamos su parte animal. Nos han robado nuestra parte animal. ¿Viste que los animales solucionan sus conflictos al instante? No ‘gestionan’ emociones, las viven en el momento en que ocurren, no las solventan más adelante, o cuando estén preparados para hablar de ello.
Los animales son pura presencia. Los niños también, hasta que les enseñamos modales.
Dicho esto, la salvación es posible, no nos alarmemos. Si uno es resentido, lo es por pura elección. Inconsciente, sí, pero bajo elección propia, no ajena.
Una vez uno se da cuenta de que la presencia es la salvación, ya lo tiene todo hecho.
Al estar presente, no hay mente, no hay diálogo interior. Esto significa que cuando estás donde estás y cuando eres quien eres, no se genera en ti ni el juicio ni la comparación, por lo tanto tampoco la ofensa, que es el paso previo al resentimiento y el rencor. Por este mismo motivo ya no reaccionas por inercia sino que comprendes la situación -no desde el intelecto, sino desde tu interior- y la asumes de una forma plena, no hay rechazo, hay aceptación.
En este estado, tu atención recae sobre la intención, no sobre la forma que esta tenga, de ahí que el pensamiento que surge en ti es creativo, no reactivo.
El pensamiento creativo es el que único y el que verdaderamente nos permite a los Seres Humanos, ser co-creadores de la realidad que nos rodea. Sino, nos transformamos en víctimas de recuerdos, proyecciones y miedos, siempre a expensas de lo que suceda.
El resentimiento solo está ahí para poner de manifiesto nuestra incapacidad de vivir el presente. Esos sentimientos no vividos y que atesoramos inconscientemente como oro, no son más que las llaves maestras para que podamos abrirnos, de una vez por todas, a aprender a vivir nuestra presencia.
Usémoslos, no necesitamos experiencias nuevas para hacer la prueba, con el puñaíto (ote) que tenemos es más que suficiente. Escoge uno, el que prefieras y acto seguido, contémplalo, pero sin juzgarlo, solo así verás que no tiene sentido alguno seguir dándole vida a algo que ya no la tiene, que sólo es un recuerdo de tu pasado y que sólo adquiere vida, cuando tu mente lo trae al presente.
Experimentar este movimiento y darnos cuenta del sinsentido que significa acumular resentimientos, nos lleva a poder soltar, con toda la tranquilidad del mundo, esas cargas que tanto nos pesan.
→ y queridos míos, deshacerse de la basura emocional siempre genera espacio para experiencias nuevas, sino, vamos por la vida embutidos de mierda.