Verás, por lo general, juzgamos con demasiada ligereza. O eso veo/siento yo. Creemos saber quien es el otro y como son los demás simplemente porque les seguimos en redes -como si eso fuera la realidad- o porque compartimos jornada laboral o porque salimos a correr en grupo los viernes.
Pero si te fijas, en verdad no tenemos ni idea. A duras penas nos conocemos a nosotrxs mismxs como para saber a ciencia cierta cómo es tal o pascual. Y sí, es una observación muy obvia, sin embargo, la solemos obviar.
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A menudo idealizamos las vidas ajenas y generamos -inconscientemente- nuestro propio relato mental elaborando historias falsas que damos por buenas sin más. Es decir, sin cuestionárnoslas y sin asegurarnos que sean verdad.
Por eso cuando hace unos días recibí el siguiente mensaje, no me sorprendí. Básicamente decia que:
a) yo no podía entender lo que significaba esta pandemia porque yo no estaba viviendo realmente una cuarentena.
b) no era de recibo que yo alardeara de mi libertad campestre cuando la mayoría de la población estaba sufriendo un confinamiento.
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Reconozco que en un primer momento mi ego se sintió dolido y me sentí interpelada a dar una serie de explicaciones para conextualizar y refutar sus afirmaciones y blablabla, pero mientras elaboraba esa respuesta mental me di cuenta que hacer esto, era dudar de mi propia esencia. ¿Quién soy yo al final? 🤷🏻‍♀️ Lo que sí sé es que NO soy lo que otra persona [que apenas sabe de mí más lo que yo pueda mostrar y que además lo que yo muestre no le llegará con mi misma intención sino que lo interpretará en base a su propia historia personal] pueda llegar a pensar.
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Y sí, a menudo juzgamos con demasiada ligereza, es verdad. Como también es cierto que solemos sobrevalorar el impacto del juicio sin darnos cuenta, que es un juicio nada más (parcial, subjetivo e incompleto) y que esos juicios externos ni nos definen a nosotras ni definen nuestra realidad.
Para mí, en ese ‘darse cuenta’ radica el poder de la autenticidad personal.