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érase una vez una princesa

Érase una vez, una princesa
que se salvó sola.
FIN

Nunca me han gustado las princesas. Lo confieso. Ya desde pequeñas me parecían todas unas pavas. Tan necesitadas, tan indefensas, tan esperando siempre que algo o alguien las salvara…
Sin embargo y a pesar de mi antipatía hacia ellas, yo también me tragué el cuento de la rana.
Durante años viví en mi torre, acumulando miedos y telarañas, dejando que la vida pasara mientras creía ser la reina de mi casa.
Pero un día, por H, por B y por J me di cuenta que ningún príncipe o hada iba a trenzarme la sábana para que escapara, así que me levanté, me sacudí el polvo y descubrí que la llave que abría la puerta de mi jaula dorada la tenía yo misma, solo que ni tan siquiera lo recordaba.
Fue así como salí del castillo y comencé a mirar el mundo a la cara. Con mis miedos, mis tropiezos, mis fracasos y mis cosas raras. Pero también con mis dones, mis talentos, mis sueños y mi capa.
Una capa cosida de coraje, vulnerabilidad y muchas ganas. Y NO, no fue ni fácil ni sencillo, y por el camino me tropecé mil veces y me caí mil veces más (y eso duele y marca) pero sabes qué aprendí? Que si te caes, te levantas y santas pascuas. Que los errores, las heridas y las patacadas están ahí para enseñarnos a ser más fuertes y a tenernos confianza y para hacernos ver que si somos princesas es porque nos da la gana y no porque alguien nos hiciera creer que en este cuento, no pintamos nada.
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PD: Había una vez, una princesa que se salvó sola.
(y se comió con patatas a todas las ranas)

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