Estos días me he reencontrado con mis sombras, y lo he hecho acompañada de la noche y de la sierra. Han sido días oscuros, fríos, de transitar con la distancia y con la ausencia y al mismo tiempo han sido días luminosos, de calor interno, de estar con mi yo más íntimo y de sentir mi propia presencia.
Es lo que tiene la muerte, que te empuja a la vida. Lo mismo que la luz y la oscuridad, que son las dos caras de una misma moneda.
Y sí, ya sé que no todo el mundo lo siente de la misma manera. Muchas personas se enredan en esa negrura y en esa tristeza y la sostienen tanto en el tiempo que se transforman en ella… Lo sé, soy de las que se encariñan con la piedra y pero gracias al último golpe comprendí la necesidad de dotarme de herramientas que me ayudaran a vivir este tipo de experiencias.
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Fue así como aprendí que la oscuridad solo es ausencia de luz, una oportunidad para ver más allá de lo visible y lo evidente. Una oportunidad para adentrarnos en lo sutil, para poner luz en nuestras estancias internas y VER, con los ojos del alma, los miles de objetos que se almacenan en ellas.
La mayoría tienen forma de recuerdos, de deseos, de frustraciones, memorias y vivencias. Y ahí, en ese instante de conciencia, es cuando se da la coyuntura perfecta para -ya de paso- hacer limpieza y darnos cuenta que somos nosotras, (yo, tú, quien sea) las responsables de no acumular polvo en ellas, porque es precisa-mente ese polvo el que en las noches oscuras, nos impide ver las estrellas.
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En esta ocasión, y refiriéndome a mi propia experiencia he podido ver que muchos de los recuerdos que tengo de mis abuelas, giran alrededor de una mesa. Y aunque todavía no soy capaz de ponerlo en palabras, de golpe y porrazo me encajan muchas piezas. 
Como si dentro mío se hubiera prendido una lucecita y ésta tomara cuerpo en forma de idea y aunque todavía no está madura, sí sé que se va a llamar #cenasmediSerráneas y también sé que en breve os hablaré de ella.
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#compartirparacrecer